La historia del Loco



Yo nunca he estado en el grupo de las valientes; siempre le he huido a las peleas, cuando suena un ruido muy fuerte soy la primera en pegar un brinco, usualmente me escudo detrás de la más grande o fuerte cuando hay una amenaza y nunca he podido llamar a la policía porque del susto se me ha olvidado el número.

Esto de los nervios a la N potencia lo volví a experimentar en el viaje que Peter y yo hicimos a California…
Como todos nuestros viajes, lo único que teníamos planeado era la hora de llegada y salida de nuestros vuelos y el hotel del primer día. Nosotros nos autodenominamos “hippies”, “aventureros”, “almas libres” pero lo que realmente somos es un desastre en logística.
Decidimos pues, que viajaríamos por toda la Route 1 hacia el sur (hacia Los Angeles) hasta donde la energía nos acompañara; ese lugar fue Monterey, ciudad de 28.000 habitantes, abundante comida de mar, deliciosos pancakes y hogar del loco más grande que haya conocido.

Llegamos a esta ciudad más o menos a las 10:00 PM. Como nuestro plan era salir al día siguiente a las 7AM y así conocer mucho más de la maravillosa costa oeste, empezamos a buscar un lugar limpio donde pasar la noche. Según mi novio, la mejor opción sería un Motel. En mi interior, yo no estaba muy convencida; veníamos de dos noches en hotel 5 estrellas en San Francisco, pero como yo soy “taaan hippie”, no tenía más remedio que estar de acuerdo con él.

Pasamos por un motelucho de mala muerte, donde gracias a todos los ángeles no había disponibilidad. Después vimos un Best Western en la vía y yo casi me tiro del carro para que Peter accediera a quedarnos en ese lugar. Nos bajamos a preguntar y la recepcionista nos dijo que no tenía sistema desde hacía varias horas y no podía darnos ingreso. Decidimos entonces buscar online y allí, guiados por el mismísimo demonio, reservamos la última habitación disponible en el temido y trágico INN BY THE BAY (lo pongo en mayúscula, negrita y cursiva para que NUNCA lo olviden)
En las fotos de booking se veía hermosísimo (obvio) aunque realmente no estaba tan mal.  Un hotel de dos pisos, de esos donde cada habitación da a la calle. Nuestra habitación, la Número 3, era en el primer piso, al lado de las escaleras. Tenía una cama queen y otra cama sencilla, había un televisor usando los únicos dos enchufes que servían, por lo que tuvimos que alternar el ver la película o cargar los celulares; al final escogimos dejar los teléfonos conectados y quedarnos dormidos.  Lo único realmente malo del lugar, era que el inquilino anterior se había fumado 20 cajetillas de cigarrillo y el olor era insoportable, tanto, que pensamos en dormir con las ventanas abiertas, pero el frío no nos dejo.
Aproximadamente a las 4:00 AM empecé a escuchar ruidos, como yo soy tan nerviosa y empeliculada, acomodé mi cabeza alejando las orejas de la almohada para poder escuchar mejor lo que pasaba. Descubrí que (según mi película) Rose y su esposo habían discutido, probablemente porque su esposo fue infiel, y ella se había ido a pasar la noche a este motel en la habitación No 2.
El esposo tocaba y tocaba la puerta y repetía “Rose, Let me in, Let me in, talk to me, Rose” una y otra vez. Yo empecé a sudar, suponía que el esposo estaba borracho y solo rogaba que no se fuera a poner agresivo. Pensé en llamar al 911 si escuchaba algo más raro o sospechoso. El esposo, empezó a tocar la puerta un poco más fuerte y forcejaba la manija intentando abrirla.
Habían pasado 3 o 5 minutos en la misma dinámica, Peter roncaba y yo cada segundo que pasaba estaba más nerviosa. Había decidido llamar a la policía, aprovechando que lo escuché subir las escaleras y empezar a forcejar todas y cada una de las puertas de arriba, cuando de repente el “esposo” volvió a bajar al primer piso y comenzó a tocar en la habitación del lado, en la No. 3 ¡en la nuestra!

Peter, en medio de su somnolencia se paró de la cama para a abrir la puerta, pensando que era servicio a la habitación! Yo alcancé a devolverlo con todas mis fuerzas y fue en ese momento que empezó nuestra odisea.

El tipo este empezó a tocar la puerta, cada vez más duro, cada vez más agresivo y empezó a decir las mismas frases. Yo, en medio de mi pánico y combinado con mi súper imaginación empecé a temer por la vida de Peter.

Mi teoría era que el loco (antes “esposo”) podría portar un arma, como toda la población en USA y, en medio de sus tragos/droga, si veía a un hombre en la habitación, iba a suponer que su “Rose” le estaba siendo infiel y el desenlace sería fatal.

Yo no dejaba hablar a Peter, casi que ni respirar. El loco seguía tocando en nuestra puerta, gritando cosas que yo ni le entendía “i got a problem, talk to me, let me in, blablablablabla, come to the greenside”. Se alternaba para hacer este escándalo entre la habitación 2 y 3. Cada vez que el loco se alejaba, nosotros intentábamos tomar el teléfono fijo para llamar al 911 pero ese teléfono sonaba durísimo y teníamos miedo de que él escuchara y entrara a matarnos a nuestra habitación.
Pensé también en responderle y decirle que no había ninguna “Rose” en la habitación, pero del susto no me salía la voz, solo temblaba, sudaba y tenía muchas ganas de vomitar.

Luego pensé en asomarme por la ventana para que me viera y se diera cuenta que Yo no era “Rose”, yo no tenía pelo, imposible que aunque estuviera muy borracho, me fuera a confundir…. ¿Sería posible? Igual, las piernas no me daban de la tembladera y el loco no me dio tiempo porque en ese momento empezó a tratar de abrir la ventana, la misma que Peter y yo pensamos en dejar abierta por el olor a cigarrillo. Podíamos ver su sombra a través de la cortina semi transparente, podíamos verlo agarrar con fuerza las esquinas y colgarse para abrirla, le pegaba con tanta fuerza que yo la sentí romperse. Creo que han sido los segundos más largos de mi vida. Yo no podía creer que “Rose” no llamara a la policía, que las personas en la habitación 4 no llamaran a la policía. ¡Se nos iba a entrar el loco a la habitación y nadie hacia nada!

El loco tomó una pausa y empezó a escupir, como si quisiera vomitar. Supongo que eso lo confundió porque empezó a tocar en la habitación No. 4 y esos segundos, mientras regresaba a nuestra habitación, fueron suficientes para que Peter y yo brincáramos de la cama, desconectáramos un celular y nos encerráramos en el baño para llamar al 911.


No sé exactamente cómo le dieron los dedos a Peter para marcar, pero finalmente pudimos comunicarnos, contar la historia y esperar aproximadamente 3 minutos a que la policía llegara.
Cuando ya nos sentimos seguros, el morbo nos pudo y nos asomamos por el rotico de la puerta a “inspeccionar” que todo estuviera bien.
En ese momento lo vi de espalda, esposado, vulnerable y pasivo. No tenía armas y ya no transmitía miedo, solo lástima.

Claramente, Peter y yo no pudimos conciliar más el sueño. Nos la pasamos recreando el suceso y muriéndonos de la risa, sobretodo porque El Loco jamás dijo “Rose” sino “Bro” y quedó claro que mi cabeza está llena de historias y fantasías.
Nos quedó también una moraleja de este cuento y es que debemos mejorar nuestra planeación porque definitivamente NO repetimos en ese tipo de hoteles.


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